El mundo de hoy se mueve tan rápido que es imposible mantenerse al día con todos los cambios. La tecnología y la comunicación avanzan a toda velocidad, sepultándonos bajo una ola interminable de indulgencia autocomplaciente. Tenemos una abundancia de opciones en todas las direcciones posibles, cosas con las que nuestros antepasados ni siquiera podrían haber soñado. Los lujos se han convertido en necesidades, y estamos nadando en oportunidades que ni siquiera sabemos apreciar. Pero ¿por qué, en un mundo donde todo parece posible, tan pocas cosas resultan significativas? Todo esto es un fenómeno reciente, fruto del intento de hacer la vida más fácil y recorrer el camino de menor resistencia. Tiene sentido, porque durante la mayor parte de la historia humana la vida fue increíblemente difícil, y en algunas partes del mundo aún necesita hacerse más llevadera, pero en Occidente hemos llegado definitivamente a un punto en el que la ausencia de verdaderas dificultades ha debilitado a las personas.
El consumismo desbocado se infiltra en todos los aspectos de nuestra vida. Existe Tinder para las relaciones, Amazon te entrega cualquier producto que puedas desear, y en YouTube puedes encontrar información sobre cualquier tema. Por primera vez en la historia, tenemos tal abundancia de información que en realidad necesitamos aprender a decir que no, y desarrollar la capacidad de detener el flujo de datos para poder darle sentido a algo.
Cuando todo está disponible, todo parece desechable, pero al mismo tiempo se instala una sensación constante de FOMO (miedo a perderse algo). ¿Cómo quedarte con la misma pareja si podría haber alguien mejor allá afuera? ¿Cómo comprometerte con una práctica si hay algo más interesante que aún no has probado? ¿Cómo quedarte con un maestro si hay tantas opciones? En un mundo saturado de ruido, tomar una decisión y mantenerla se vuelve casi imposible. Pero es la única forma de llegar a la profundidad, y la única vía para alcanzar la sabiduría.
Si no puedes elegir y sostener tu decisión, significa que estás gobernado por las partes más bajas de ti mismo. Los deseos momentáneos y los caprichos te arrastran en todas direcciones, menos en la que realmente deseas ir. Esta sobreabundancia de elección trae vacío, porque tener infinitas posibilidades es, en realidad, muy perjudicial para nuestra psique. El psicólogo estadounidense Barry Schwartz habla de un concepto llamado la “Paradoja de la elección”, donde tener más opciones puede llevar a menor satisfacción con la vida y mayor ansiedad. Ha observado que, ante demasiadas opciones, la mente se paraliza y no puede tomar ninguna decisión, por miedo a equivocarse. Esto conduce a dudas existenciales, y las personas quedan paralizadas por todas las posibilidades: terminan no yendo a ningún lado o expandiéndose tanto que la profundidad se vuelve imposible. Puede parecer emocionante en el momento, pero a largo plazo deja un vacío. Cuando todo es posible, nada es significativo. Esto conduce al nihilismo y a una inmersión completa en un estilo de vida hedonista.
La profundidad, en cambio, requiere enfoque y compromiso. Pero para ir profundo, hay que tomar decisiones firmes y limitarse. No es fácil en este océano de elecciones, pero sí es posible. La buena noticia es que así se ha hecho desde el inicio de los tiempos, así que probablemente tú también seas capaz. En el entorno actual se vuelve mucho más difícil, pero, por otro lado, eso lo hace mucho más raro y por ende mucho más valioso.
Toda innovación y trabajo creativo se nutre de las restricciones. Las limitaciones te obligan a ver el potencial no explorado de las cosas, lo que lleva a la originalidad. Cuando te dan un acertijo y tú encuentras la solución por tu cuenta, aunque ya haya sido descubierta antes, ese hallazgo será para siempre tuyo y enriquecerá tu vida, a diferencia de algo que fue simplemente copiado. Esto invita a un tipo de aprendizaje muy distinto: no cuando alguien te da el resultado final, sino cuando pasas tú mismo por el proceso, lo cual implica que tuviste la oportunidad de evolucionar a través de él. Al final del día, todos los grandes creativos encuentran su mejor obra dentro de las limitaciones: los músicos improvisan dentro de una tonalidad, los escritores desarrollan un estilo al comprometerse con un tema, y los pintores crean obras increíbles restringiendo su paleta de colores. En el caso de la práctica del movimiento, la obra de arte eres tú.
Con esta abundancia de opciones hemos olvidado algo muy simple: para alcanzar la excelencia hay que repetir lo mismo una y otra vez, y hay que hacerlo con entusiasmo. Si estás saltando constantemente de una cosa a otra, nunca llegarás lejos. Esta forma de vivir también ha creado una concepción errónea de la práctica del movimiento, donde el enfoque generalista se malinterpreta como saltar de disciplina en disciplina, convirtiéndose en una carrera diluida e interminable por probar algo nuevo. Es una visión superficial de algo que tiene potencial para una profundidad increíble.
En nombre de la “libertad”, muchos escapan del trabajo duro y repetitivo que el verdadero desarrollo exige. Pero sin restricciones, el generalismo se vuelve otra forma de evasión. Se convierte en un acto de coleccionar ejercicios y maestros, haciendo taller tras taller, saltando de un concepto a otro cada día. Pero eso no es aprendizaje, ni desarrollo verdadero: eso es entretenimiento. Basar tus estudios en tutoriales de YouTube no te llevará muy lejos. Puedes aprender algún truco aquí y allá, pero sin un proceso se vuelve vacío. Una razón es que no recibirás retroalimentación ni estructura, y otra es que tratarás de encajar en la forma de moverse de otra persona en lugar de comprender tu propio cuerpo, con sus fortalezas y limitaciones. El enfoque técnico tiene su lugar y su tiempo, pero cuando se aplica fuera de contexto y sin un proceso coherente, no genera un cambio profundo, que es lo que una práctica de movimiento debería lograr.
Otro problema de este enfoque de coleccionista es cierta arrogancia en asumir que puedes comprender años de trabajo de alguien con una sola exposición, y también la ilusión de que todo es igualmente válido. La mayoría de las personas en redes sociales simplemente repiten información que han visto en otro lugar, sin haberla trabajado ni comprendido. Es solo una repetición sin sentido de palabras y acciones que nunca tuvieron la oportunidad de probar por sí mismos. ¿Cómo puedes saber si algo funciona, o cómo aplicarlo, si nunca lo has intentado de verdad? La mayoría de las cosas que se comparten libremente, como dice Ido Portal, son “rumores de rumores de rumores”. El campo de la información es como el juego del teléfono roto.
El panorama tecnológico actual facilita mucho engañar al público: clips perfectamente editados pueden hacerte creer que alguien tiene una habilidad, discursos guionados pueden parecer comprensiones profundas, y por supuesto, ChatGPT puede escribir reflexiones muy filosóficas que fácilmente se confunden con sabiduría. Pero hay pocas personas que hablen realmente desde la profundidad de su experiencia y compartan conocimiento genuino. En la vida real, todos reconocen la diferencia, pero en el mundo digital aún no sabemos cómo detectarla. Cuando encuentras a alguien así en persona, se vuelve obvio que su comprensión fue construida durante años de práctica, refinando sus ideas y procesos. Entonces, ¿cómo asumir que una sola exposición es suficiente para entender algo? Un taller es una experiencia valiosa, pero no está diseñado para ser repetido al día siguiente, sino para mostrarte un ejemplo de lo que es posible, para que puedas aplicarlo en tu propia práctica. Es como leer un resumen de un libro que fue escrito a partir de los pensamientos de otra persona sobre el análisis del trabajo de alguien más, en vez de leer el original.
Los charlatanes siempre han existido, no es un fenómeno nuevo, pero hoy en día la propagación de opiniones de personas sin experiencia real es mucho más sencilla. El “mercado de ideas” se ha convertido literalmente en un mercado donde todo se vende a cualquiera por un precio. Sin embargo, quienes entienden cómo se construye la comprensión real y el dominio de un arte seguirán los procesos tradicionales. Se quedarán con un maestro y una práctica, y mediante el compromiso se construirán a sí mismos, como se ha hecho durante siglos. Como dice el refrán: “Puedes engañar a los fans, pero no a los jugadores”, y quienes están inmersos en este proceso se reconocen entre sí, sin importar las particularidades de su disciplina.
La sobreabundancia de información hace cada vez más difícil encontrar verdadera sabiduría, pero existe, y se puede alcanzar. Todas las culturas tradicionales entendían la importancia del aprendizaje como aprendizaje acompañado, y aún hay personas que trabajan “a la antigua”. Japón es un buen ejemplo. Es un país que todavía conserva formas tradicionales de transmitir conocimiento en muchos campos. Para convertirse en maestro de sushi, por ejemplo, se estima al menos una década de aprendizaje. Al principio, el aprendiz se enfoca en tareas mundanas como limpiar, lavar platos, etc. El siguiente paso es aprender a preparar arroz para sushi, que se considera una habilidad fundamental. A medida que mejora, podrá encargarse de tareas más complejas como preparar ingredientes o manipular pescado, pero llegar a este punto tomará entre cinco y ocho años. Solo después de una década, quizás reciba el reconocimiento de su maestro y se le permita hacer sushi o incluso abrir su propio local. No hay procesos de certificación: el título se gana con experiencia y reputación, y los maestros de sushi siguen aprendiendo y mejorando toda la vida. Y estamos hablando de pescado con arroz… ¿por qué asumimos que otras cosas pueden hacerse de forma distinta?
Así es como se ha aprendido la mayoría de los oficios durante toda la historia de la civilización humana, pero de alguna manera lo hemos olvidado. Creemos que somos mejores solo porque tenemos acceso a la información. Pero información no es conocimiento. Tener conocimiento significa saber cómo aplicarlo. La monetización de cursos de certificación para literalmente todo ha hecho que la gente crea que si pagan por un diploma ya están capacitados para ejercer. La mercantilización del saber ha confundido el pago con la competencia. Pero el dominio no se compra, se desarrolla con experiencia.
En lo que respecta a lo físico, coleccionar ejercicios y disciplinas no te lleva a comprender el movimiento humano. Solo te lleva a memorizar ciertas técnicas que probablemente ni siquiera se adapten a tu estructura. Como mencioné antes, no hay nada malo con las técnicas, pero depender solo de un enfoque técnico no te hará maestro del movimiento. El cambio verdadero vendrá solo si aplicas un proceso de aprendizaje distinto, donde se promueva el autoconocimiento y donde estés constantemente desafiado y puesto a prueba. Un elemento importante de este proceso, como ya mencioné, es la imposición de restricciones. Estas servirán como andamiaje sobre el que puedes construirte. El proceso correcto combina enfoques técnicos y abiertos, y un buen maestro debe entender las dosis y las aplicaciones. También se trata de llevar la atención del alumno al lugar adecuado en el momento preciso. Cuando estás verdaderamente en la práctica, no se trata de perseguir lo nuevo y emocionante, sino de encontrar curiosidad en cada pequeño detalle de lo que ya estás haciendo. Se trata de observar lo que está ahí a través de la atención deliberada.
Es difícil imaginar a alguien dedicado a un oficio que salte constantemente de una cosa a otra: se queda con lo que debe hacer y lo mejora cada día. Entendemos la necesidad del compromiso a largo plazo en otros campos, pero por alguna razón no lo aplicamos al desarrollo físico y humano. Todos comprenden que se necesitan al menos diez años de estudios para ser médico, pero no aplicamos el mismo criterio al contexto de la práctica física, lo cual no tiene sentido.
En medio de este bombardeo constante de opciones, tomar una decisión no es fácil, pero en cuanto lo haces, la vida se revela de otra manera. Invita a la profundidad y al sentido. Es cierto en todos los aspectos de la vida: es una de esas verdades universales que todos reconocen, pero que pocos dicen en voz alta, al menos no con sus actos. Las personas prefieren mentirse a sí mismas y reemplazar el compromiso con un salto eterno entre opciones, sin darse cuenta de que, pasado cierto punto, todas se vuelven iguales. Recuerdo a un hombre muy mujeriego que conocí; me confesó que después de haber estado con cientos de mujeres ya no recordaba sus nombres ni sus rostros, y que ni siquiera lo disfrutaba, pero no podía parar por el impulso que generan estos placeres fugaces cuando los persigues. Se convenció de que era libre, pero paradójicamente también veía su propia miseria, lo cual lo hacía profundamente conflictuado por dentro.
Solo hay una ilusión de libertad en perseguir cada opción que se presenta: la verdadera libertad está en tener la capacidad de elegir y mantener la elección. Porque así te moverás en la dirección que deseas, no en la que las circunstancias dictan. No creo que alguien que pasa horas deslizando perfiles en Tinder sea más feliz que alguien en una relación comprometida. Es imposible tener amistades significativas si todos son “amigos”, e imposible recibir verdadero apoyo de un maestro si no desarrollas una conexión profunda y duradera, a través de la cual él o ella también puedan conocerte.
Deseo que las personas se sientan plenas en la vida, por eso empujo este mensaje. Y siento que hoy en día se necesita más que nunca. Perseguir la felicidad por sí misma no es una buena orientación; no puedes “sentirte bien” todo el tiempo, porque entonces pierde su significado. La verdadera felicidad no es una emoción: es un estado del ser en el que sabes que estás en el lugar correcto y estás aportando algo valioso al mundo. No por reconocimiento externo, sino porque estás en el proceso de convertirte. Hemos olvidado que la libertad sin compromiso está vacía. En la persecución de la liberación, nos metimos en una prisión aún peor, donde la ilusión de elección nos hace perder la esencia. Cuando eliges quedarte y hacer una sola cosa, te abres a la posibilidad de vislumbrar el universo entero. “Como es arriba, es abajo.” Pero entender esto solo llega con el compromiso hacia otra forma de estar. No necesitas más opciones: necesitas aprender a valorar las decisiones que ya has tomado.